05 enero 2015

Los hombres vienen de Marte y las mujeres, de Venus

Y realmente no sabemos entendernos: demasiados años luz median entre unas y otros para que nada nos resulte ni remotamente comprensible.

Con esto no quiero dejar entrever nada parecido a que entre congéneres se debería uno entender mejor. La verdad es que el mérito de las relaciones homosexuales me daría para otra entrada de mayor maestría que esta, por lo que lo dejaré para un día en que no me preocupe tanto lo difícil de las relaciones humanas.

En todo caso, la cosa se reduce a que entenderse entre dos personas diferentes, por el motivo que sea (social, cultural, de género...) es complejo. Es duro. Es canalla. Es trampa. Es herir sin darse cuenta. Es el frío de los pies a la cabeza, es llorar, es querer morirse. Es jodido, es joder y estar jodido. Intentar entenderse es intentar resolver una raíz cuadrada inexacta. Es llenarse la cabeza de números y tratar de escribir poesía con ellos.

A cambio llegan las sonrisas, claro. Las tardes que se pasan volando, los parques que pasean bajo nuestros pies, los abrazos bajo las mantas, las castañas en invierno. Todas esas cosas bonitas de las que bebe la lírica desde el inicio de los tiempos.

Pero es duro. Es cansado. Es una maldita carrera de fondo para la cual te cuelgan el dorsal y te empujan a la pista sin que te des ni cuenta y, desde luego, sin que te hayas entrenado en absoluto.

Mi madre me decía de pequeña: "no viniste con el libro de instrucciones bajo el brazo", cada vez que alguna de nosotras se equivocaba y daba lugar a una bronca. Ahora entiendo, a la perfección, a qué se refería con aquello.

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