05 enero 2015

Los hombres vienen de Marte y las mujeres, de Venus

Y realmente no sabemos entendernos: demasiados años luz median entre unas y otros para que nada nos resulte ni remotamente comprensible.

Con esto no quiero dejar entrever nada parecido a que entre congéneres se debería uno entender mejor. La verdad es que el mérito de las relaciones homosexuales me daría para otra entrada de mayor maestría que esta, por lo que lo dejaré para un día en que no me preocupe tanto lo difícil de las relaciones humanas.

En todo caso, la cosa se reduce a que entenderse entre dos personas diferentes, por el motivo que sea (social, cultural, de género...) es complejo. Es duro. Es canalla. Es trampa. Es herir sin darse cuenta. Es el frío de los pies a la cabeza, es llorar, es querer morirse. Es jodido, es joder y estar jodido. Intentar entenderse es intentar resolver una raíz cuadrada inexacta. Es llenarse la cabeza de números y tratar de escribir poesía con ellos.

A cambio llegan las sonrisas, claro. Las tardes que se pasan volando, los parques que pasean bajo nuestros pies, los abrazos bajo las mantas, las castañas en invierno. Todas esas cosas bonitas de las que bebe la lírica desde el inicio de los tiempos.

Pero es duro. Es cansado. Es una maldita carrera de fondo para la cual te cuelgan el dorsal y te empujan a la pista sin que te des ni cuenta y, desde luego, sin que te hayas entrenado en absoluto.

Mi madre me decía de pequeña: "no viniste con el libro de instrucciones bajo el brazo", cada vez que alguna de nosotras se equivocaba y daba lugar a una bronca. Ahora entiendo, a la perfección, a qué se refería con aquello.

04 marzo 2014

La cumbre económica y el antagónico heroicismo de los encapuchados de la calle

Independientemente de mi opinión con respecto a la cumbre económica que ayer se celebró en Bilbao, e independientemente de que sean o no ciertas las declaraciones mediáticas sobre los supuestos pillajes en los comercios de la ciudad, no me puedo contener las ganas de manifestar mi contrariedad ante estas medidas, excesivamente violentas y sacadas de quicio a mi parecer, que ayer se tomaron contra las grandes superficies comerciales de la ciudad.

Entiendo que Inditex, El Corte Inglés y demás grandes superficies comerciales de este estilo puedan "representar" en cierto modo los valores de ese capitalismo contra el que se supone que se quiso arremeter en los actos de ayer, y ¡allá cada cual con sus ideales, que para algo vivimos en un país donde pensar aún es una actividad plenamente libre! En cambio, no puedo sino mostrar mi estupefacción ante tales actos, por el hecho de que, como en toda organización empresarial de este tipo, es difícil de creer que el empresario capitalista en cuestión (pongamos por ejemplo a Amancio Ortega) se haya molestado en elegir a los currelas más capitalistas y millonetis de la zona, sino que suele tratarse de chavalillos y chavalillas que, como tú y como yo, están TAN jodidos (porque ni hay dinero ni hay trabajo ni hay apenas esperanza) que, so contrato en condiciones deleznables, trabajan en estas tiendas, porque aquí cada uno miramos por nosotros mismos, aunque esto implique participar en estrategias capitalistas que otros con tanta facilidad critican. Y me gustaría que algún medio publicase la relación de puestos de trabajo de los que estos comercios van a tener que prescindir para hacerles frente a los evidentes destrozos que se hicieron ayer en las calles bilbaínas, para que alguien reflexionase (o tuviese, al menos, la ocasión de reflexionar) sobre la cantidad de personas, posiblemente en idéntica situación a la que movió a cada uno de dichos tipos a hacer lo que hicieron, que han perdido su empleo gracias a la nostalgia de una kale borrica (esta vez sí que sí, borrica del todo) que ayer se despertó con ganas de fiesta.

Nota de prensa provincial: http://www.elcorreo.com/vizcaya/20140304/local/desperfectos-bilbao-coste-201403041240.html

03 febrero 2014

Exámenes

Hacía año y pico que no me sentaba frente a un examen. Como era de esperar, se me había olvidado todo lo que ello conllevaba.

El café a todas horas. En el desayuno, antes de entrar al examen, después de hacer el examen, en el intervalo entre ese y el siguiente examen. Café siempre, a cada rato, con y sin leche, sin azúcar porque p'a qué. Y, tras varios días con ese ritmo, el estómago dado la vuelta.

Los esquemas, los bolígrafos, apuntes, libros, todo ese material que desearías poder memorizar en un vistazo y que desgraciadamente te requiere mucho más esfuerzo que ese. Trabajar la teoría, hasta altas horas de la noche, no poder ni con el alma y, sin embargo, seguir empollando como un loco, sin entender ni lo que estudias pero sabiendo que es la única manera de hacer algo cuando te den el examen de verdad.

El no dormir. El despertar de madrugada por la paranoia de si no irá a ceder el escritorio bajo el peso de tantos libros (y, encima, levantarte y posarlos todos sobre el suelo). El despertar con la nuca sudada y el resto del cuerpo entre temblores. El despertar tras alguna pesadilla y que lo primero que el cerebro haga sea recordar la teoría anteriormente trabajada. El dormir cinco horas la noche previa al examen.

La angustia. La angustia a todas horas. El nudo en el estómago que ni vive ni deja vivir. Las ganas de llorar. Las uñas rumiadas y los labios llenos de llagas. Los resoplidos.

La irritación ante cualquier ruido.

La convicción de que, si cabe, lo peor de todo esto es que aquello que estudias no te va a sacar de la precaria situación en que te encuentras.

02 julio 2013

Nihilismo, décadence, una profecía cumplida

La obra "El Anticristo" (subtitulada en ocasiones como "maldición sobre el cristianismo"), de Friedrich Wilheim Nietzsche, uno de los filósofos más relevantes, escépticos, críticos y destructivos de finales del siglo XIX, entrecruza caricias literarias y palabras hirientes en fragmentos indiscutibles como la que a continuación citaré, y hace así las delicias de sus lectores, tanto en el campo de la filosofía como en el de las letras:
<<Yahvé, el dios de la justicia, no era ya la misma cosa que Israel, la expresión del orgullo de su pueblo, sino un dios condicionado... Su concepción se convierte en una mera arma en manos de agitadores sacerdotales, que interpretan toda felicidad como recompensa, y toda infelicidad como castigo por desobediencia a dios, como "pecado", esa manera mentirosa de interpretar un presunto "orden moral" con la que se invierte de una vez por todas el concepto natural de "causa y efecto". Una vez que la relación de causalidad natural ha sido barrida del mundo por las doctrinas de la recompensa y el castigo, hay una necesidad de causalidad contraria a la naturaleza, de la que sigue entonces todo el resto de antinaturalidad. Un dios que exige, en vez de un dios que ayuda, que aconseja, que es, en el fondo, la encarnación de toda inspiración feliz de la valentía y la confianza en sí mismo. La moral ya no es un reflejo de las condiciones que hacen la vida sana y logran el crecimiento de un pueblo, su más profundo instinto vital, sino que se vuelve abstracta, se vuelve contraria a la vida; la moral como perversión fundamental de la fantasía, como mal de ojo en todas las cosas. ¿Qué es la moral judeocristiana? El azar despojado de su inocencia, la desgracia manchada con el concepto de "pecado", el bienestar denunciado como peligro, como una "tentación", un desorden fisiológico producido por el gusano de la conciencia...>> (FUENTE: "el Anticristo", Friedrich W. Nietzsche)

La moral de los débiles, de la decadencia, el cristianismo que se va modernizando, ahora miremos a la calle y veremos canis por todas partes, ¡y esto no es más que una forma de ignorancia, indiferencia, nihilismo y falta de voluntad! Un pueblo que va hacia atrás, que ha perdido la fe en sí mismo, que teme el castigo (no de un dios tal vez, pero sí de un gobierno o de un sector determinado de la población), que se achica, que se resiente y que odia todo lo que no sea tan miserable como uno mismo. Tacharon a Nietzsche de nazi pero, a mis ojos, fue el profeta que dictaminó lo que sentenciaría a las naciones de los siglos venideros.

13 abril 2013

Astenia primaveral

De unos años a esta parte, cada mes de marzo aproximadamente he sufrido la llamada astenia primaveral. La palabra "astenia" viene del griego, <<α [a] —alfa privativo—: "carecer", y σθένος [sthénos]: "fuerza">>, Wikipedia dixit y, por extensión, este padecer de origen hormonal consiste en una carencia de fuerza, de voluntad psicológica, que llega cada año de mano de los primeros síntomas de la primavera. Hay quien sufre alergias, hay quien se deprime, ¡hay dolencias para todos!

Los síntomas principales son físicos, se nota cansancio, la fatiga llega antes de lo habitual en los esfuerzos físicos habituales, debilidad (como en una regla constante), pero los más duros de sobrellevar, al menos en mi caso, son los psicológicos: tristeza inexplicable, melancolia, decaimiento, apatía, desgana...

Creía que lo bueno de un invierno tan largo (he contado cinco meses de nieve, ¡CINCO!, desde noviembre hasta hace dos días las temperaturas eran negativas, el cielo estaba nublado, en fin, un invierno muy siberiano, este que me ha regalado Lituania...) sería precisamente que llegaría a casa justo al final de la primavera, con lo que me libraría de la astenia, pero nada más alejado de la realidad. Como digo, hace dos días el mercurio empezó a marcar sobre cero y, aunque ni siquiera haya salido el sol durante ellos, mi decaimiento anímico se ha hecho más que evidente. Estoy huraña, estoy que no quiero hablar con nadie, estoy que me da pereza infinita salir a por naranjas al supermercado.

Estos cambios comportamentales no suelen afectar demasiado a mi relación con el mundo porque, afortunadamente, tengo mis tácticas para controlarlos o al menos hacer que no sean demasiado patentes, pero parece que, un año más, e incluso viviendo tan lejos de la primavera que yo conozco y que me ha venido provocando esta astenia hasta ahora, me toca aguantar este oleaje de negatividad y agotamiento inexplicados. Menos mal que, esta vez, ha empezado más tarde y el verano y el fin de esto, por lo tanto, están más cerca.

08 abril 2013

(le echa de menos)

Hoy ha sido un día absurdo.

Hoy he visto marchar de mi casa al hombre con el que quiero compartir todos y cada uno de los días que me quedan en este mundo. Nublada su carita por las lágrimas que luchaban por agarrarse a mis pestañas y no caer atropelladas al vacío, Miguel se daba la vuelta, me volvía a decir en un gesto que me quiere, sacudía su mano, se iba alejando cada vez más.

Hoy he llegado a casa más tarde de lo esperado porque me he perdido en un momento de despiste en el que he empezado a vagar sin rumbo por la ciudad. Un despiste, una pérdida de atención, como un Alzheimer instantáneo, que me ha tenido dando vueltas un rato, hasta que he sacudido la cabeza, me he dado cuenta de que no estaba donde tenía que estar, y me he puesto a buscar mi parada de autobús.

Hoy he decidido que no quería esperar tanto y que me voy a volver a casa unos días antes de lo previsto. Gestión rápida, un dinero que no es nada, notificación de mi fecha de llegada a la gente de casa, un poco menos de ansiedad, un poco menos de llanto en mi alma.

Hoy he experimentado de nuevo esas náuseas provocadas por la pena, por el llanto que no termina de salir, por la impactante falta física del ser más querido. Me intento repetir a mí misma que esto es bueno, que si no le amase tanto, que si no fuese esta relación tan maravillosa como lo es, no me dolería tanto, no le extrañaría tanto, y por contra mi vida no tendría tanto sentido; pero él es extraordinario, y por eso estoy tan imposiblemente enamorada de él, y por eso esto es maravilloso, y por eso es Miguel, con mucho, lo que más sentido les da a mis días.

Hoy he sabido, tras una única y momentánea incursión a mi propia habitación, que esta noche (y posiblemente alguna más) no voy a ser capaz de dormir porque esa cama se queda excesivamente grande sin él ronroneando mientras invade mi mitad del colchón. Los nudos de pies bajo el edredón, el olor de nuestros sueños por la mañana, los "buenos días" murmurados entre legañas compartidas, los testimonios de amor bajo las sábanas, el latido pausado de su corazón, nada, nada, mi cama vacía, Pipo llorando, y yo no sé ni por dónde empezar a dormir.

Hoy he vuelto a cuadrar las espaldas y me he dispuesto a enfrentar un último mes de soledad antes de volver definitivamente a casa. Esto ya se acaba. Esta ha sido nuestra última despedida.

Hoy solo vivo para seguir viva mañana y ser consciente de que queda un día menos para marcharme de aquí.

33 días para volver a casa. Esto ya se acaba.

18 marzo 2013

Una lágrima en la maleta

El mundo entero parece empeñado en recordarme que ya no queda nada, que en dos meses (¡menos aún!) ya estaré de vuelta definitiva, que no me queda nada más que el último empujoncito en ese lugar con el que no me entiendo del todo bien. Lo que nadie intuye en mis plastificados asentimientos con aire de entusiasta optimista ante tamañas afirmaciones animosas es que se me parte el alma solo de pensar en volver a hacer ese eterno vuelo de nueve horas con la escala incluída, que me pongo enferma de imaginar mi inminente enfrentamiento con algún taxista que otro, que se me deshilacha el corazón de pensar lo fría que va a estar la casa al llegar, que me dan temblores de recordar lo que eran los diez grados negativos.

El mundo entero parece empeñado en hacer que todo esto parezca más fácil de lo que es, cuando nadie les ha pedido ayuda psicológica en ningún momento.

El mundo entero parece envidiar "la experiencia" cuando yo vendería mi alma por terminarla ya mismo.

No quiero volver a marchar. No quiero sufrir los inconsolables lloros que ello causa. No quiero volver a alejarme de él. De ellos. Nunca.

Se está mejor en casa que en ningún sitio.

16 febrero 2013

Un poco de tensión interna

Todos los que me conocen saben se sobra que Irlanda es una de mis aficiones, obsesiones, centros de culto, fuentes de referencia histórica y, en general, ubicaciones geográficas, a las que más cariño tengo en este mundo. Se trata de un cariño que me viene dado por varias historias de diversa índole, pero todas ellas conducen a una misma conclusión: que, en mi vida, de una manera u otra, siempre ha habido una parte, una pequeñísima porción aunque sea, en la que Irlanda ha estado observándome crecer.

Conocí hace poco, a manos de la persona a la que posiblemente más admire en este mundo, la obra de un autor cuyas novelas mezclan a partes iguales historia y narrativa. Centrándose en un lugar geográfico concreto, este autor e historiador, por nombre Edward Rutherfurd, hilvana varias historias inventadas, que generalmente responden a una misma procedencia genealógica (por lo general ficticia), para así ir narrando, desde el punto de vista de las personas de la época, el contexto histórico de cada uno de los momentos más relevantes de la historia de dicho lugar. Conocer la historia a través de las personas, ¿no es ese precisamente el sueño de todo humano medianamente curioso?

La saga "Dublín" de Edward Rutherfurd se compone de dos volúmenes, "Príncipes de Irlanda" y "Rebeldes de Irlanda" y, tal y como los títulos de los mismos permiten adivinar sin dificultad, en ellos relata la historia de este al que de vez en cuando me referiré como "mi paisito". Es una lectura de la que estoy disfrutando enormemente precisamente porque me está acercando mucho a la realidad cotidiana de esa Irlanda que, ahora mismo (por "ahora mismo" entiéndase el punto en el que he aparcado hace diez minutos la lectura, es decir, en el año 1170), empieza a ser invadida por vez primera por los normandos asentados en Gran Bretaña. Y seré sincera: pese a haber sido siempre una fiel luchadora por la causa pronacionalista irlandesa, y no haber estado nunca segura de cuál sería el bando por el que me habría decantado, de haber sido libre de decidirlo durante la Guerra Civil de Irlanda*, ahora mismo tengo el corazón en un puño porque me voy acercando a la Irlanda revolucionaria en la que sus ciudadanos luchaban por orgullo y con pobreza, y me voy acercando a esa sensación de vacío en la que una se da cuenta de lo poco que importan los ideales políticos cuando se trata del amor de una madre, de un padre, de un hermano o de una persona especial. Estoy a punto de poner mis pasiones en tela de juicio a través de una novela y, pese a no estar dispuesta en absoluto a renunciar al amor que le profeso a esa patria, sí estoy dispuesta a admitir, de llegar el momento, que a la hora de luchar por una bandera nunca hay que olvidar que quien la ondea es tan persona y tan humana como tú y como yo, luche por el bando que luche, y que eso la hace digna de su derecho a vivir.

Esta reflexión, a medio camino entre mi patria Irlanda, la hermosura de la literatura bien llevada, y este tema tan delicado, no es casualidad; hoy se celebra en Lituania el día de la restauración de la Independencia, y las calles están saturadas de banderas, eventos de todo tipo y excesiva épica nacional. Me llevan los demonios de pensar que el 30% de las calles de esta ciudad están o bien sin asfaltar o bien mal asfaltadas (es decir, con las baldosas levantadas o el cemento reventado), que la iluminación nocturna es digna de la Segunda Guerra Mundial y que los autobuses no tienen calefacción pero si goteras, pero que, con todo, hoy se ha hecho un extraordinario gasto en danzas, desfiles militares, decoración a base de banderas y los inevitables fuegos artificiales. Supongo que, viviendo en estas condiciones, el pueblo necesitará un poco de entretenimiento, pero no lo olvidemos, todo esto es opio, también. El patriotismo es un sentimiento nacido de una pasión y, como tal, hay que tener cuidado de que no arrastre nuestras prioridades y se lleve por delante lo que de verdad importa en esta vida, que son, insisto, las personas y su bienestar.

Y todo esto, repito, en boca de una absoluta simpatizante del movimiento nacionalista irlandés, pero que procura no olvidar que, antes que la bandera de Irlanda, estuvieron allí los propios irlandeses, que son por los que realmente merece la pena luchar, independientemente de la bandera que veneren.



* Nota informativa: en la Guerra Civil irlandesa, librada en 1922-23, hubo dos posturas, dos bandos, uno a favor y otro en contra del llamado Tratado Anglo-Irlandés, que fue a su vez el fruto más honroso que el imperio británico le concedió a Irlanda para terminar con la Guerra de la Independencia, librada en 1919-21 entre Irlanda y Gran Bretaña. Según este Tratado, Irlanda pasaría a ser parte de la Commonwealth, debería doblegarse ante la Corona Británica, aceptar su simbología y aceptar un gobernador supremo que representaría a Gran Bretaña en Irlanda, aunque el país mantendría cierto control sobre su economía y su ejército propios. Personalmente, los términos me parecen bastante razonables para las pérdidas que Irlanda sufrió en la Guerra de la Independencia, pero la división interna también me parece muy razonable ya que todas esas pérdidas (o sea, bajas irlandesas) habían luchado por una mayor libertad y por un estatus de estado propio, y no doblegado ante el invasor vecino. Como puede verse, ninguna tontería. Y yo sigo sin estar muy segura de qué postura habría apoyado en esa época, porque por mucho que el corazón me diga una cosa, la razón me recuerda que no todo es blanco o negro.

19 enero 2013

Disfrutar compartiendo la abstracción

Después de muchas batallas internas, devaneos, lloros y risas, me he forjado una idea bastante aproximada de cómo quiero ser, de qué tipo de persona quiero que habite mi piel y de quién quiero que la conozca y quién no.

Desprecio lo físico. Es decir, no lo desprecio, ¡siempre es de agradecer que la realidad que compartimos todos me recuerde en qué mundo vivo! Pero me repatea lo bonito, lo que se puede tocar si se quiere, aquello que está al alcance de mis manos y de las de cualquiera, me repatea la imaginaria capacidad de posesión, ¡eso es!, ¡no me gusta que el sentifdo físico de las cosas nos haga pensar que estamos en derecho de poseerlo!

Me fascina, por el contrario, lo abstracto. Las mentes, las emociones, las vibraciones que transmiten los lugares, las miradas. La abstracción es una forma de belleza en sí, porque para mí significa algo muy distinto a lo que posiblemente signifique para mi prójimo más cercano. Pero ¿quién quiere darle un formato, una definición, a la abstracción?, su belleza radica precisamente en lo difuso, lo impreciso, lo caótico.

He hablado muchas veces y de manera difusa sobre los ojos de Miguel, ¡y es que son la personificación de lo abstracto!, de cuánto puede esconderse detrás de un iris marrón y una pupila hiperactiva. Por descontado, su mirada es bellísima, pero lo que realmente la perfila de esa belleza de la que me nutro no es su forma, no es su color, sino lo que transmite, lo que le late dentro, todo eso que ni se ve ni se toca ni, por descontado, se puede poseer.

Tal vez lo abstracto es mágico precisamente porque no se puede poseer, tal vez el reto de querer bucear en ello esté precisamente no en poseerlo sino en compartirlo.

Tal vez esa sea la idea concluyente que buscaba hoy, a fin de cuentas: que compartir me hace mucho más feliz que poseer.

14 enero 2013

Otro día más

Apuro el último trago de café de la mañana porque me he quedado pasmada durante Dios sabe cuántos minutos, mirando por la ventana, viendo cómo termina de amanecer y pensando en lo poco que queda para que Él desayune a mi lado. Dejo todos los cacharros sin fregar, ¡ya lo haré más tarde!, que voy a perder el autobús.

La temperatura baja de los diez grados negativos. Me forro de ropajes y, aún así, dudo de si será o no suficiente, pero no hay tiempo para replantearse las vestimentas, porque voy a tener que correr igualmente a la parada. Así, por lo menos, entraré en calor...

Un trayecto apretada entre gentes de otra raza, de otra cultura y de otro idioma tan distinto. Un trayecto analizando individuos y comportamientos, un trayecto en el que miro y aprendo y critico y establezco mis propios criterios morales. Un paseo bajo la nieve, cuesta arriba, de camino a la universidad y entre árboles parece que el tiempo vaya más despacio, no se escuchan los coches, solo mis pisadas y mis jadeos, que emanan nubes de vaho que se congelan en mi bufanda.

Otro día de trabajo en un despacho privado, la estufa, la música de fondo, otro día que pasa, otro día que me deja con sensación de encogimiento de hombros, hasta que llega su primer mensaje, y sonrío, y me río, y me estalla algo en el pecho, y ahora salir ahí afuera a sobrevivir a la nieve no parece una tarea tan ardua, y hasta la nieve, la mierda blanca, y el frío, y los buses que no pasan, me parecen cosa de risa, ¡porque viene en doce días!, y no hay nada que me importe más que eso.

Apuro, asimismo, el último spaghetti de mi plato, y friego los cacharros, los de esta mañana y los de la cena, y miro la pantalla esperando el momento en el que su nombre aparezca en verde y el inconfundible sonido de la videollamada en Skype me saque de este atolondramiento que me hace cerrar el día al igual que lo he abierto: mirando por la ventana, enmimismada, viendo nevar, disfrutando de ese claro que permite ver un par de estrellas, pensando que en muy poco tiempo Él estará apurando una copa de vino a mi lado y que disfrutaremos juntos de este clima que, a su lado, tendrá mucha más magia.