Hoy ha sido un día absurdo.
Hoy he visto marchar de mi casa al hombre con el que quiero compartir todos y cada uno de los días que me quedan en este mundo. Nublada su carita por las lágrimas que luchaban por agarrarse a mis pestañas y no caer atropelladas al vacío, Miguel se daba la vuelta, me volvía a decir en un gesto que me quiere, sacudía su mano, se iba alejando cada vez más.
Hoy he llegado a casa más tarde de lo esperado porque me he perdido en un momento de despiste en el que he empezado a vagar sin rumbo por la ciudad. Un despiste, una pérdida de atención, como un Alzheimer instantáneo, que me ha tenido dando vueltas un rato, hasta que he sacudido la cabeza, me he dado cuenta de que no estaba donde tenía que estar, y me he puesto a buscar mi parada de autobús.
Hoy he decidido que no quería esperar tanto y que me voy a volver a casa unos días antes de lo previsto. Gestión rápida, un dinero que no es nada, notificación de mi fecha de llegada a la gente de casa, un poco menos de ansiedad, un poco menos de llanto en mi alma.
Hoy he experimentado de nuevo esas náuseas provocadas por la pena, por el llanto que no termina de salir, por la impactante falta física del ser más querido. Me intento repetir a mí misma que esto es bueno, que si no le amase tanto, que si no fuese esta relación tan maravillosa como lo es, no me dolería tanto, no le extrañaría tanto, y por contra mi vida no tendría tanto sentido; pero él es extraordinario, y por eso estoy tan imposiblemente enamorada de él, y por eso esto es maravilloso, y por eso es Miguel, con mucho, lo que más sentido les da a mis días.
Hoy he sabido, tras una única y momentánea incursión a mi propia habitación, que esta noche (y posiblemente alguna más) no voy a ser capaz de dormir porque esa cama se queda excesivamente grande sin él ronroneando mientras invade mi mitad del colchón. Los nudos de pies bajo el edredón, el olor de nuestros sueños por la mañana, los "buenos días" murmurados entre legañas compartidas, los testimonios de amor bajo las sábanas, el latido pausado de su corazón, nada, nada, mi cama vacía, Pipo llorando, y yo no sé ni por dónde empezar a dormir.
Hoy he vuelto a cuadrar las espaldas y me he dispuesto a enfrentar un último mes de soledad antes de volver definitivamente a casa. Esto ya se acaba. Esta ha sido nuestra última despedida.
Hoy solo vivo para seguir viva mañana y ser consciente de que queda un día menos para marcharme de aquí.
33 días para volver a casa. Esto ya se acaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario