Ahora que ya ha terminado el curso y que mi única responsabilidad es seguir cumpliendo en el trabajo, cuento con mucho tiempo para darle vueltas al coco. Este hecho se hace muy evidente en cualquiera de las diez veces diarias de media que me estoy parando a pensar en el ritmo desenfrenado que lleva el mundo.
Hace un par de días trabajé rodeada de publicistas. Gente (salvo excepciones, claro está) arrogante, imaginariamente posesores de un altar en plena atalaya social, despectivos y esencialmente desagradables. Supongo que es la actitud natural en un sector que un amigo mío tildó de (literalmente) extraterrestre, tras muchos años dedicado a una profesión cercana. En fin, tal vez sea normal volverse un poco hijo de puta cuando tienes que pelearte con uñas y dientes para sacar adelante un proyecto que, por supuesto, si sale adelante, te hará embolsarte cantidades ingentes de dinero cada día, y te hará creer que eres dueño de un pedazo de cielo (o, en este caso, atalaya social a la que solo los más selectos, es decir, los que estén a tu nivel o por encima de ti, tienen acceso).
Lo considero un punto de vista erróneo. Veía día tras día pasar a la misma mujer, que se cambiaba de ropa de dos a tres veces al día, con sus evidentemente operadísimos labios, y ella me miraba por encima del hombro, con un gesto casi de oler a mierda cada vez que pasaba cerca de mi stand. Solo me dijo "buenos días" el tercer día de congreso, y fue para preguntarme acto seguido si podía enterarme de qué otro congreso estaban montando en la otra parte del pabellón.
Ante esta situación, yo me sonreía. Pobre niña rica, me solía decir Pepito Grillo. ¡Se va a perder tantísimo mundo solo por no considerarlo suficientemente a su altura...!
Aprecio el estilo de vida que llevo ahora. Bueno, tal vez no hasta ahora, esto de compaginar el último curso y un trabajo no ha sido sencillo y me he ahogado un poco en el tiempo. Pero sí, en el fondo supongo que también lo aceptaría como agradable. Sí. Me gusta el estilo de vida que llevo. Trabajo cuando me toca, con horarios y calendarios al revés del mundo como este sector requiere, por un sueldo más bien humilde pero que me permite llevar una vida muy digna al lado de los míos. Y es que a mí la dignidad no me la da mi dinero, sino mi gente. Mis padres, mi hermano, mis cuatro Amigos contados, Pipo. Yo, sin ellos, podría nadar en billetes, pero también en soledad. Y si algo me van enseñando estos años que cada vez me pesan más en el intelecto, es que la soledad es agradable en dosis muy reducidas y controladas, porque una vez superas esa dosis tan mínima, te consume. Igualito que la avaricia del dinero.
Tal vez un día cite aquí a unos maravillosos filósofos estadounidenses que han publicado un ensayo precioso sobre las enseñanzas morales de Harry Potter. Tal vez un día me anime a compartir con vosotros la idea que nos transmite Dumbledore sobre la piedra filosofal, que va más o menos en la línea de lo que acabo de escribir. Tal vez. Pero no será hoy. Porque hoy es mi noche para soñar que, aunque no me haya dado ni cuenta, he alcanzado un estado de mucha, mucha plenitud personal. Y eso... eso no lo compra ni todo el oro del mundo.