23 junio 2012

A veces.

A veces me pregunto si no seré yo la que, en palabras de Fito, está cabeza abajo. Si no será que la edad me está pasando ya factura, si no me estaré volviendo un poco cascarrabias con los días, si no me estaré empezando a asfixiar en esta cáscara de nuez en la que por encierro voluntario y Shakespeariano me exilié y que se ha quedado sin espacio infinito del que hacerme dueña. A veces me pregunto si no seré yo, y no el mundo, la que está haciendo las cosas mal, independientemente de la definición real de lo que está bien y lo que está mal.

Los días me pasan despacio pero con excesiva velocidad, no hay sobresaltos y me estoy adormilando en la monotonía de la sucesión de los días. A veces siento que lo prefiero así, todo tranquilo, sin sustos, y otras me acuerdo con nostalgia de aquellas conversaciones con regusto a porro que nunca sabía cómo terminarían, que sabía que igualmente podían explotarme en las manos y dejarme desmembrada como estallar en el cielo y pintarlo de fuegos de colores. A veces creo que sé lo que quiero, otras no sé ni por dónde empezar a buscarme. A veces es blanco, otras negro, otras me reprendo por no respetar el gris, a veces me aborrezco porque mi postura cambia con el viento.

A veces se lo achaco a los años, otras a los tiempos que corren, al igual que a veces se lo achaco a la herencia genética y otras a la pésima influencia sociocultural que padezco. A veces sencillamente me quedo sin nada a que achacárselo y no tengo otro remedio más que constatar que, en efecto, tiene pinta de que yo soy tanta solución como problema, y más problema que solución.

Que estoy encerrada en esta cabecita, que no sé de qué pie cojeo, que evito a la gente y al tiempo no podría vivir sin escuchar el murmullo de la ciudad, que hay una garimba esperando en la nevera y al tiempo me reprocho que me va a costar la media hora que he estado corriendo, que tan pronto me importa como me da igual, que lo mismo cuerda que loca que ni si ni no ni todo lo contrario.

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