23 octubre 2012

Ejercicio práctico: el Diario Emocional

Había escuchado en numerosas ocasiones lo psicológicamente productivo que resulta hacer un recuento íntimo, al final del día, de los momentos positivos que han tenido lugar en las veinticuatro horas pasadas. Esa típica "lista de cosas buenas del día de hoy" me ha parecido siempre, a decir verdad, una completa chorrada, y por ello nunca intenté siquiera coger el hábito de escribirla. Tampoco es que lo llegase a necesitar en ningún momento, ya que esta es una actividad encarecidamente recomendada a personas con alteraciones psicológicas que merman la capacidad de ser feliz, y por suerte nunca me he hallado demasiado cerca de ese límite; pero vayamos al grano.

Hace semana y media empecé a dedicar mis mañanas a un seminario de asistencia obligatoria, por motivos más variopintos de lo que pudiera intuirse, y me encontré con una docente (con la que había coincidido hace un par de años entrañablemente, por cierto, durante una asignatura de la carrera) que nos planteó la seria necesidad de hacer este ejercicio. Insistió en lo beneficioso que resulta subrayar, cada noche antes de dormir, los dos o tres momentos más emocionalmente positivos que hayamos vivido durante el día, y de dejar constancia de ellos por escrito, identificando además con cada breve descripción de dicho momento, la emoción positiva que lo acompañaba. Pasó buena parte de aquella primera sesión puntualizando que, si dedicamos cuatro líneas diarias a dos momentos especiales del día resumidos en dos palabras, no solo dormiremos mucho mejor, sino que, a la hora de gestionar nuestras emociones (sobre todo las negativas) en momentos posteriores, nos resultará mucho más fácil autoayudarnos, bien releyendo esos apuntes nocturnos de días pasados, o bien asumiendo las cosas negativas de la vida con una perspectiva muchísimo más optimista, desde la óptica de quien sabe en su fuero interno (y no necesariamente de manera consciente, es decir, que puede que nuestro cerebro empiece a reaccionar así de manera automática) que hay momentos malos en cada día pero que los positivos siguen existiendo, y al final del día siguen teniendo que brillar por encima de los negativos.

Aquel primer día de seminario, me fui a casa con deberes. Tuve que pasarme unos cuarenta minutos aquella noche pensando en mis emociones del día. Y, para ser franca, se me había olvidado la mitad lo que había hecho (por no hablar de lo que había sentido) durante la jornada, solo porque no había tenido (o eso creía yo) nada de particular. Ahí tenemos nuestro más grave problema socialmente inducido: olvidamos lo corriente, porque no destaca. Pero ¡¿cómo que no destaca?! Tras mucho pensar y hacer un recuento muy general del desarrollo cronológico que había tenido el día, recordé que había sentido muchísima ternura al encontrarme con un amigo de la infancia y saber que ahora es profesor de niños de cinco años a los que intenta enseñar inglés. Y, es más, también había sentido confianza, al hablar con mi madre sobre algo tan vano como lo es la política, pero sin tapujos y sin vergüenzas, y lo comprendida que me había sentido por ello. De repente no tenía dos ni tres sino varios momentos emocionalmente positivos, y me costaba decidirme por dos.

Al día siguiente me costó mucho menos tiempo material elaborar mi diario emocional.

Ese bloque del seminario dedicado a las emociones, a la inteligencia emocional y a cómo esta afecta a los equipos de trabajo, terminó ayer. Había probado a no escribir nada el viernes y el sábado (ya que estaba cansada de verdad por la semana y quería dormir y sencillamente no pensar), y el domingo me desperté inusitadamente triste. Así que esa misma mañana del domingo me decidí a recomponer la costumbre que había adquirido durante la semana, y esa tarde me ocurrió que acumulé momentos emocionalmente positivos como para nutrir mil páginas de diario emocional (que fue pura casualidad, pero ayuda a pensar que he retomado una costumbre muy adecuada). Me he propuesto seguir haciendo esto, porque, pese a que nunca lo he necesitado como terapia, estoy descubriendo que una empieza a ser mejor persona cuando se fija en los motivos que le brinda el día para serlo. Y es que sentimos cosas mucho más intensas de lo que creemos; solo consiste en pararse a observarnos. Porque no podemos (o no debiéramos poder) caminar por esta vida con los ojos entrecerrados; hay demasiado por ver, sentir, reír, ahí afuera.

El quid de la cuestión está en que somos dueños de nuestras emociones y, tras identificarlas (que es lo que este sencillísimo ejercicio va puliendo poco a poco), "solo" (ya que esta es la parte que más tiempo lleva) tenemos que aprender a gestionarlas, y a asumir que, cuando lleguen las emociones negativas como la ira, o la pena, o la rabia (¡que llegarán!, vaya que sí lo harán...), deberemos rebajarlas (¡que no reprimirlas!, sino reducir su intensidad haciendo un esfuerzo cada vez menos consciente para ello) mediante esa óptica optimista que nos habrá ido forjando esto del diario emocional, sin que nos demos ni cuenta.

Sé que no suena bien y repito que yo misma le he restado importancia a este tipo de ejercicios hasta ahora, pero, si hay alguien leyendo que sienta que puede venirle bien una lección sobre cómo ser un poquito más feliz, mi recomendación es que empiece desde sí mismo, desde una cuidadosa introspección de las emociones positivas diarias, y que de ahí en adelante se vista de los colores del optimismo.

¡Feliz día, buenas noches!

No hay comentarios:

Publicar un comentario