Y, de repente, se acabó la espera. Se terminaron los tachones en el calendario, ¡adiós a la cuenta atrás!. Solo vuelvo a casa por quince días, pero es una tregua muy merecida y más que necesitada por este corazoncito.
No veo el momento de posar la maleta en la cinta pesapecados, pasar el control de seguridad y sencillamente dejarme llevar, literalmente, por encima de las nubes. Sobrevolar Europa, decirle adiós por unos días a este país, volver a escuchar mi idioma, volver a ver a la misma gente de siempre, abrazar a mi madre, a mi padre, a mi hermano, despertar y que los ojos de Miguel sean lo primero que vea en el día, permitirme unas lágrimas que muestren mi dicha, susurrarle con la voz ronca algo ininteligible que bien significará algo así como que su presencia es lo más hermoso que me ha pasado en la vida.
No veo el momento de hacer vida normal por unos días, relajarme, destensar todos los músculos y sonreír, sonreír porque no hay motivos para estar triste.
Son las 23.14, en cuatro horas y media tengo que estar en pie y ni siquiera me he acostado, pero realmente no me veo capaz de pegar ojo esta noche, estoy hiperactiva, estoy nerviosísima, Dios mío, por fin, por fin, se acabó esperar, gracias Señor porque te pedí fuerza y me has regalado la mejor ocasión para demostrar que soy fuerte.
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