24 noviembre 2012

Excursiones rarunas a la lituana

Hoy nos hemos ido de excursión a Trakai, a unos 20km al oeste de Vilnius, para visitar la impresionante fortaleza de la isla de Trakai que, a fuerza de pocas o casi nulas competidoras, es en la actualidad la estampa más turística de Lituania.

Autobús de ida. Estar en la cola para entrar en el autobús y que un tipo (lleno de rastas y con cara de haberse fumado un par de porritos hace no demasiado rato), un par de personas por delante de nosotras, se gire, nos mire a los ojos y diga una incomprensibilidad en lituano que sonaba mucho a "¿no tendréis por casualidad un par de litas que prestarme para pagar el billete?". A lo cual le respondemos que "Ispanija". Entiéndase usted con sus paisanos si se ve capaz, señorito... Total, que el tipo no se dirige a nadie más y nosotras compramos nuestros billetes (3LTL con carnet de estudiante), nos sentamos en el autobús, arrancamos, y el tipo de la cola, a partir de ahora referido como "el rastafari" (adivinen por qué), se levanta de su asiento, se acerca a nosotras y, en un perfecto inglés, nos pregunta si de verdad somos españolas. Aquí es cuando empieza la sucesión de cosas rarunas: primero, y con objeto de, supongo, intentar hacer amigos, nos enseña en la pantalla de su terminal móvil un vídeo de las manifestaciones en Barcelona. Mi compañera conversa sobre el tema sin tener mucha idea de lo que habla, y yo miro por la ventana pensando qué coño cartel de neón tendremos para que todos los locos se crean que queremos escuchar sus andanzas. Acto seguido nos pide que escuchemos una canción en castellano. Insiste, nos ponemos un auricular cada una y, tras dedicarle la sonrisa más fríamente cortés que puedo componer, más de lo mismo: yo me hago la sueca y prefiero que me dejen mirando por la ventanilla cómo pasan las coníferas, mientras que mi compañera comenta la jugada. Tras ello, y tan truculentamente como ha llegado, el rastafari se da media vuelta y se vuelve a su asiento. Sin palabras.

Llegar a Trakai, un paseo entre lagos, divisar la fortaleza, pasear por el interior de la misma, precioso el lago colindante, precioso el ambiente de pueblecito dedicado a vender cuatro souvenirs en mal estado, preciosos los bosques a los que no les queda ni una hoja para guardarse de este frío del averno, preciosos los mil destellos de gris que tienen estas aguas, precioso ese olor lejano que empieza a dejar entrever el comienzo del invierno. Un plato combinado y una buena cerveza lituana, un café y una cata de chocolate, y vuelta a la estación de autobuses.

¡Casualidad!, un autobús a punto de salir hacia Vilnius. Perdón, he dicho autobús, pero quería decir minibus. Y con lo de "mini" me refiero a que, como mucho, en ese vehículo había 12 asientos. Amablemente y en un perfecto lenguaje de signos (tras decirnos la mayor mentira que se escucha en este país, que es la de "English yes!"), nos ha cobrado el señor conductor 3'40LTL por el viaje. Y es curioso, cuanto menos, que haya permitido pasajeros extra (es decir, por encima de la capacidad de los asientos del cochecillo) hasta el punto de estar petado hasta las ventanillas. Vale que solo sea media hora de viaje y que el lamentable estado de las carreteras no permita una velocidad considerable como peligrosa, pero aún así, ese comfort y esa manera de viajar violaba por completo todo lo que mi antigua jefa habría permitido en una compañía directa o indirectamente relacionada con el turismo.

En conclusión, estos lituanos son la monda. Que lo que es la excursión ha estado muy bien, pero los habitantes y las costumbres de este pueblo no dejan de sorprenderme cada día...

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