26 noviembre 2012

Veintiséis de mil colores

Existen en este mundo personas que escriben sus días con colores y que, sin ser apenas conscientes, empañan de una inesperada neblina de color toda existencia que pasa por su lado. Personas a las que la vida, por casualidad, te conecta, y de las que empiezas de repente a recibir torrentes de colores, de texturas, de olores. Personas que te hacen darte cuenta de hasta qué punto la vida es toda una obra de arte que, en sus manos, va a tener una apariencia mucho más hermosa, mucho más emocional.

Existen, asimismo, pinceladas aleatorias que esas personas le sueltan al aire. Pinceladas que, por casualidad, pueden recaer sobre individuos cuya vida consistía hasta el momento en una paleta, más bien sencilla, de colores básicos, como para pintar rutinas plastificadas en un cuadernillo para niños. Pero llegan esas pinceladas... y, de repente, todo es arte, todo es color, todo es vida.

Existen, a manos de estas personas de colores, pequeñísimos detalles que hacen de este mundo, de tu mundo, un lugar mucho mejor: un SMS inesperado, una sonrisa a través de Europa que llena de luz el autobús, villancicos en lituano anunciando el reencuentro, una carta en el buzón.

Hoy ha sido un día de colores. Colores que huelen a Miguel. Colores que decoran mis días y que me hacen, hoy también, ir a la cama con una sonrisa tallada en este corazón, tan colmado de magnificencia y dicha, que hasta se marea a ratos en este caleidoscopio de colores tan brillantes.

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